Quién me lo iba a decir hace un par de años, quién. Cómo iba yo a saber e intuir que algo tan bonito me dejaría de gustar. Siempre me alegraba ir a jugar, ría a carcajadas, sin parar, y ahora lo odio porque el juego no es material. Cómo iba a caer en la cuenta de que, al final, las pelotas caen y rebotan, se pinchan y explotan. Quién me lo iba a decir, quién. Y es que, sin saberlo, me enseñaron bien: los sentimientos no son cosa menor, no son mentiras ni objetos, sino magia y amor eternos. Los juegos se pueden romper queriendo o sin querer: los sentires más profundos de la gente no se deben tocar, salvo que sea para bien. Quién me iba a decir que jugar me dejaría de gustar, quién. DBQ.
Oda a la literatura y a cada palabra.