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¿Por qué gritan tanto los niños?

Y no solo es una cuestión de cantidad, sino también de calidad. Profieren gritos rotundos, perfectos, con voz alzada. Son gritos limpios, sin altibajos, sin dudas evidentes. Es posible que ni siquiera ellos sepan por qué lo hacen; simplemente les nace hacerlo y allá van. Se preparan, cogen aire, miran al cielo, abren la boca y... gritan. Gritan una y otra vez.


Lo más divertido llega cuando se encuentran en el parque con los amigos. Son muchos, y todos ellos quieren gritar. Y gritan con una técnica digna de estudiar. De nuevo son gritos puros, auténticos y originales preparados para esa ocasión, irrepetibles, únicos.


La explicación lógica la desconozco, pero sí he comprobado que, en todos los casos, los gritos vienen acompañados de risas. A veces me da rabia. A veces querría ser como esos niños y gritar sin miedo. Quizás ese es el truco de la felicidad: gritar y liberar; gritar y sanar; gritar en vez de callar tanto. Tal vez lo hacen para dejarse llevar por sus instintos, esos que los mayores a veces no somos capaces de escuchar porque de repente las alas de la infancia se han convertido en piernas que corren de un lado a otro sin detenerse a vivir de verdad.


No sé. Creo que es hora de salir a gritar.


¡ADIÓS!

 

DBQ.

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