Pecado capital fue mirarte
y coincidir con tu sonrisa.
Tres avemarías y cien años de misa
serían mi penitencia.
Con gusto acudiría a rezar
durante todos los días de mi vida,
cualquier cosa con tal de haber visto
esa caprichosa y perfecta sonrisa.
Comencé a flagelar mis sentires
y se convirtió en una santa costumbre.
La lectura del evangelio abría el ritual;
entonando "amén" decía adiós.
Los sermones entraban y salían,
paseaban sin remilgos por mis oídos,
pero dejaron de tener sentido,
dejé de querer oírlos.
Sabía que tanta oración no sería la cura
para mi ya diagnosticada locura;
sabía que volvería a pecar
si en mi camino te volvías a cruzar.
Apareciste sin previo aviso,
sonreíste como un ingenuo
y yo quise morir
por miedo a viajar al infierno.
DBQ.
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